dijous, 30 d’agost del 2007

Muerte de un héroe

Imposible no sentirse afectado de alguna manera por una de las noticias más importantes de esta semana: el fallecimiento del futbolista de 22 años, Antonio Puerta, al no superar una serie de paradas cardiacas fulminantes, la primera de ellas mientras jugaba un partido el pasado sábado ante el Getafe. Se trata de una noticia impactante, que nos deja a todos con un profundo vacío, y que, de paso, empequeñece los ríos de tinta que corren sobre las polémicas y reyertas entre jugadores, presidentes, prensa y "entornos" en el mundo del fútbol. Noticias así son un aviso, una voz interior que de forma implacable nos dice: "Eh! Pongamos cada cosa en su lugar!".

La muerte de un ser humano siempre es un hecho duro para cualquier persona. Irónicamente, es la única noticia segura para todos, pero su imprevisibilidad y el misterio que la rodea, la hace siempre desgarradora. Por otro lado, decir que no hay grados sería demasiado hipócrita. No es lo mismo la muerte de una persona joven con todo un porvenir por construir, que el óbito de un hombre mayor, de biografía ya completa; aunque ciertamente el nivel de tristeza sea imposible de medir en ambos casos. Como es obvio, la cercanía al difunto dispara el impacto emocional del hecho. La distancia condiciona el apego. Por eso, otras muchas veces, las muertes se reducen a simples cifras cuando se producen a miles de quilómetros de la casa de uno, y se encajan entre el Ibex 35 y los deportes en el informativo del mediodía. Pero no es el objeto ahora juzgar eso, simplemente dar fe de ello, porqué simplemente es así.

¿Entonces qué hay en la tragedia de este chico, el jugador Puerta, que nos golpea de forma tan brutal nuestros estómagos? Desgraciadamente, jóvenes de 22 años mueren todos los días y, aunque el deceso de cualquier persona de esa edad ya es impactante por su dramática precocidad, está claro que hay algo más. En este caso, la profundidad de tal impacto viene del contraste de géneros: la combinación letal entre el cuento de hadas con un fulminante fin trágico. Hoy en día, el fútbol representa el mayor vehículo de evasión que tiene el hombre contemporáneo. Se trata de una narración perfecta: una competición de héroes fantásticos que representan modelos para los más pequeños, como lo fueron en su momento los antiguos héroes de la épica tradicional. El mundo del fútbol construye un relato paralelo al mundo real donde muchos se refugian a buscar un consuelo o simple distracción. Los futbolistas se elevan a la categoría de superhombres y sus proezas a ideales de fantasía. En medio de este relato colorista, un partido se tiñe de negro y, de golpe y porrazo, nos despertamos del sueño sin podernos agarrar a nada. Sin explicación convincente, lo mejor de todos nosotros cae al suelo fulminado y nos damos cuenta que el héroe también es débil, como todos los demás. Del cielo al infierno en una jugada. El relato perfecto se desvanece y la realidad se impone de la peor de las maneras. Y es que cuando mueren los héroes, la sociedad los llora desconsolada y se pregunta: ¿Por qué a ellos también?